Detrás de cada grandiosa aventura, se esconde una idea descabellada que propulsa la imaginación a seducir la voluntad.
En nuestro caso, el sueño era recorrer uno de los países más fascinantes del planeta tierra en un medio de transporte que siempre ha embrujado la mente del hombre con ideas de independencia y libertad: con solo un par de motos, iniciaríamos un recorrido de dos meses y cinco mil kilómetros por toda la India.
Luego de una calurosa bienvenida por uno de los embajadores más talentosos y prometedores de nuestro país, Hans Dannenberg nos invitó a su residencia luego de que aterrizáramos en el aeropuerto de Delhi.
Habiéndolo conocido unos meses atrás mientras residía en Yemen, Hans nos deslumbró con su extrema hospitalidad, su sencillez de carácter, y su pasión por la diplomacia. Después de una semana compartiendo con el sagaz embajador, la caótica ciudad de Delhi ya comenzaba a expulsarnos de su delineamiento de interminables tapones y densa polución.
Luego de comprar las motos y terminar los preparativos del viaje, la hora había llegado de tomar las “Poderosas” y lanzarnos de lleno al miriápodo territorio forjado en la sombra de innumerables mitos, leyendas, religiones, vacas sagradas, y un billón de habitantes.
Solo teníamos un obstáculo: jamás habíamos conducido una motocicleta.
Aprender a manejar una moto en la India es un arte que conlleva de mucha determinación. Para cualquiera oriundo de nuestro país, el primer obstáculo es aprender a manejar del lado izquierdo de la calle.
En nuestro primer y único día de prueba, mi acólito y amigo fiel de aventuras extremas, William Ramos, prendió su moto y se lanzó de lleno al lado derecho antes de darse cuenta que un camión “Tata” lo esperaba de frente.
Mientras le voceaba “William, ¡por la izquierda!”, llegué a la realización de que estábamos a punto de lanzarnos al vacío insospechable que es parte intrínseca de la vida de cualquier aventurero de corazón.
En nuestro primer día de carretera, como si el mismo Dios hubiera estado tratando de convencernos de que pensáramos mas las cosas, conocimos de lleno la fuerza y el poderío del monzón hindú.
Para los que no conocen el término, el monzón es una temporada de lluvias perpetuas que azota todo el subcontinente de tres a cuatro meses, causando lluvias diarias, intensas, e interminables.
Mientras salíamos de Delhi junto con lo que parecía ser toda la humanidad, el monzón decidió recibirnos con sus nubes abiertas, y antes de saberlo, estábamos navegando junto con la lluvia pura que caía del cielo, y las aguas residuales que salían a presión de las cloacas.
Luego de avanzar unos metros por debajo de un puente, la goma delantera de mi moto se empotró en un hoyo del alcantarillado que yacía invisible debajo de la corriente torrencial, y caí de lleno en el negro continente recubierto de miserias y residuos.
Nunca se me olvidará la expresión que centelleó el rostro de William mientras se quitaba el casco en medio de la multitud, mojado hasta los témpanos con los pies sumergidos en el agua hedionda, volteado en su moto mientras yo trataba de parar a la bestia metálica que yacía en aquella calle de la India.
Gracias a Dios, luego de aquel día, nuestra suerte mejoraría.
De Camino a los Himalayas
Entrar a los Himalayas en una motocicleta es una experiencia acogedora, capaz de doblegar los pensamientos hasta anonadarlos totalmente mientras todo el ser se deleita en la grandiosidad de unos monumentos que llenan de humildad al espíritu humano.
Al entrar en sus carreteras, estrechas y traicioneras, toda la atención se vierte en el espectacular regocijo de una naturaleza inspirada en un paisaje celestial.
Nuestra primera parada en la cordillera fue Rishikesh, una de las ciudades mas sagradas de la India.
Llegamos allí mojados, víctimas de la única inspiración celestial que vivimos constantemente en nuestro rodar.
Rishikesh nos esperó cargada de su aura espiritual, atravesada medio a medio por el río más importante de la India: el Ganges. Desde que llegamos, y vimos el río mítico reflejado en nuestros ojos, decidimos sumergirnos en sus aguas benditas para darle un reset a nuestros pecados.
Aunque la corriente estaba mortífera, y el agua brava y yo tenemos una relación un poco tensa, mi hermano William me convenció de que un chapuzón allí era necesario.
“Llevamos diez días sobre una motocicleta en la India, el país con las carreteras mas peligrosas del mundo, ¿y tu le vas a coger miedo al Ganges? ¡Hermano, ni lo piense!”, me dice William mientras se quita la camisa cargado de emoción.
Mientras el oriundo de La Vega revivía de las aguas del río renovado, una procesión de hombres llegaron cargando un cadáver y lo echaron al río.
Mientras el fuego consumía la carne del difunto y el humo se esparcía entre la neblina de aquella tarde de agosto, al Ganges me recibió acongojado por los cantos fúnebres, y extasiado por el ambiente saturado del típico aire surrealista que solo la India es capaz de ofrecer.
Entré al agua con toda confianza, con mi mente hipnotizada por los cánticos repetitivos, y mi corazón puesto sobre la humanidad. Unos momentos después, tomábamos rienda de nuestras motocicletas para continuar el camino como dos eternos peregrinos.
Las vivencias que nos esperaban todavía no se han escrito.