“No podemos dejar que nos caiga la noche en Bihar”, nos decía Kitu Singh, un motorista legendario que tenía cuatro años sobre una motocicleta en la India.
Una tarde nublada en Chandigar, la moderna capital de la provincia del Punjab, nos lo habíamos encontrado campante mientras planeaba su próxima ruta de viaje en un internet café.
“Tenemos que andar enfilados, tratando de no perder de vista al compañero que nos quede en frente”, señalaba con rostro serio, como un general preparando a sus soldados antes de la batalla.
“Esa provincia es una de las causas que mantiene a mi país hundido en la gran mayoría de índices de desarrollo humano”, nos decía decepcionado, tratando de que entendiéramos que cada provincia del subcontinente posee su propia filosofía frente al desarrollo, y que el Punjab, la provincia de donde provenía el trotamundos, era todo lo que Bihar aspiraba a ser.
No habían pasado dos semanas desde que Kitu pronunciara sus palabras amonestantes, y se uniera a nuestro equipo haciéndose pieza clave de aquella aventura asiática, y ya sus palabras retumban en mi mente mientras me encuentro rodeado en una tierra extraña.
Luego de más de un mes de viaje y cuatro mil kilómetros recorridos, una multitud hostil circunda amenazante mi periferia, y ya no sé qué hacer.
Mi moto yace en medio de la provincia más pobre y peligrosa de toda la India, y yo, tembloroso, trato de apaciguar un pequeño poblado que ha salido en defensa de una víctima de colisión.
El entorno está espeso de una humedad corrosiva, y el iracundo sol refleja su vigoroso carácter en las planicies sembradas de caña de azúcar que camuflajean la multitud de vacas que yacen paralizadas en el reflujo del atardecer.
Estoy siendo testigo de una pesadilla que ha salido intacta de mis sueños, en la que juego el papel de victimario indolente, y la victima gime sin parar anclada al lado de la carretera.
Unos minutos antes, como un filme en cámara lenta, la había visto lanzarse hacia la autopista con una viga de paja sobre la cabeza, mientras ladeaba mi moto para no darle de frente.
William Ramos, el experimentado mochilero oriundo de La Vega, no tuvo tanta suerte. La embistió con su bestia metálica, y antes de darse cuenta, ambos yacían ilesos en un horondo charco de lodo que amortiguó sus caídas.
A pesar de que la chica no sufrió ningún daño, ya que se levantó rápidamente luego del accidente y nos demostró que estaba ilesa con una sonrisa y unas cuantas mímicas corporales que se traducían en un “no se preocupen”, unos cuantos vecinos y familiares decidieron aprovecharse de la ocasión para mitigar su escasez económica.
Rápidamente comenzaron a rodearlos, tratando de quitarle las llaves al estremecido vegano, que en vano explicaba que ambos estaban intactos y que no había nada de qué preocuparse.
Súbitamente, con una actuación digna de una estatuilla del Oscar, la chica comenzó a quejarse del retumbante dolor que agraviaba su cuerpo, mientras William, estupefacto, la miraba sorprendido.
Al contemplar la escena que se acontecía a unos pocos metros de distancia, salí impetuosamente con actitud de indignación hacia el lugar de lo acontecido, y utilicé mi cuerpo de escudo entre la motocicleta de mi compañero y la decena de personas que habían comenzado a agolparse en un intento de quitarnos las pocas Rupias que teníamos encima.
A pesar de que William logró escapar, yo no tuve tanta suerte.
Cuando regresé a mi moto, la decena de personas ya se habían convertido en un centenar, y no había escapatoria. Lograron quitarme las llaves, y la provincia más pobre de toda la India comenzó a cobrar vida violentamente.
Bihar: La cúspide de la miseria Hindú
Bihar es un espasmo de pobreza, una contracción de humanidad que yace sumergida en lo más profundo de la miseria Hindú, ajena a todo el desarrollo que ha venido catapultando al subcontinente a uno de los máximos exponentes de la economía mundial.
Ochenta millones de almas residen en esta provincia de la India, mejor conocida por ser el lugar de nacimiento del Buda, Siddhartha Gautama, que por ironía de la vida alcanzó la iluminación en una de las zonas más lóbregas de toda Asia.
Con uno de los mayores tráficos de droga de toda la nación, agresivos rebeldes Maoístas que regularmente organizan guerrillas en contra del gobierno, una incidencia descomunal de líderes corruptos, y las peores carreteras que mis ojos han visto, aquel territorio representaba sin duda nuestro mayor reto.
A pesar de que muchas personas nos habían recomendado no atravesar Bihar, era imprescindible cruzarla en su totalidad para alcanzar nuestros objetivos de viaje. Decidimos arriesgarnos, y hasta ese día todo había salido bien.
El Desenlace
Luego de quince eternos minutos forcejeando con lo que parecía ser toda la aldea, comenzaron a empujarme y empecé a resignarme.
Luego de haber oído múltiples historias de multitudes agresivas en el subcontinente, no era para menos.
Un par de días antes habíamos avistado un accidente en el que un camionero mató a un niño que se había atravesado en la carretera, y este acabó pisoteado por todos los habitantes del caserío de donde era oriundo el infante.
En mi caso, no tenía idea de la cantidad de dinero que deseaban, y mi cartera solo tenía algunas viejas notas medias desechas por los incontables días bajo la lluvia y el trajín de un viaje irrepetible, pero desafiante.
Ya cuando pensé que las marejadas de la aventura habían decidido traicionarme, una Jeepeta Lexus se parqueó frente al embrollo, y un militar de la zona salió en mi defensa.
En aquel momento pensé que mi consejero y padrino, Hans Dannenberg, embajador dominicano en la India, había visto el acontecimiento en su bola de cristal, y había mandado a uno de sus contactos en Bihar a salvarme la vida.
Aunque el marcial no se inmiscuyó en la algarabía, la multitud se apaciguó al ver a una figura de poder con arma en hombro, y en aquel momento, las llaves milagrosamente aparecieron en mis manos.
Luego de darle gracias a Dios y al coronel, me monté en la moto y solo quedó atrás el polvo alzado sobre aquella carretera perdida mientras volvía a sentir el aire húmedo acariciarme la cara.
Aunque mi corazón seguía latiendo deprisa, otra ola de aventuras comenzaba a desnudarse misteriosamente en el horizonte mientras los exploradores seguían desvelando en su mente aquellos caminos inexplorables que su pasión incandescente materializaba a cada instante.